QUE SE HAGA SU VOLUNTAD... ¿O LA MÍA?
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En la primera entrada de este año escribí sobre la disponibilidad que quiero tener para los siguientes meses y lo intencional que quiero ser para lograr algunas cosas y parte de eso sigue en pie... creo que hay cosas por las cuales tenemos que actuar para hacer que sucedan y que un corazón dispuesto vale más que la propia creencia de saber hacer esas cosas.
Y sí, un corazón dispuesto es siempre la tierra perfecta para sembrar, pero justamente después de escribir la última entrada del blog y ver cómo sucedían ciertas cosas en mi vida, me surgieron algunas preguntas: ¿un corazón dispuesto para qué? ¿para hacer mi voluntad o para hacer la voluntad de Dios?
En el fondo por supuesto que me refería a la voluntad de Dios, pero creo que en lo superficial siempre creí en hacer mi voluntad y luchaba por eso, en cumplir solo mis metas y solo pensaba en mí... ha pasado un mes desde que escribí sobre la disposición de mi corazón y Dios me ha confrontado con estas dudas... "¿tu corazón está dispuesto a hacer mi voluntad o la tuya?" Ufff, sí me sentí un poco mal, lo tengo que admitir. Que Dios me confrontara con algo tan directo me partió un poco el corazón... y la cabeza. No dejaba de pensar en que realidad he sido un poco cerrada con hacer la voluntad de Dios.
En un mes he conseguido cosas que anhelaba y Dios me ha respaldado, pero creo que he dejado de lado un poco mi relación con Dios porque "estoy ocupada", admito que ni comunicación he tenido con Dios. Esto de la disponibilidad me está costando.
Aceptar la voluntad de Dios, cuesta...
Sí, sí cuesta. Cuesta aceptar que sus caminos son mejores que los míos, que sus sueños son más grandes, que su victoria es mía, que su propósito para mi vida es mejor que lo que yo quiero lograr, cuesta aceptar que si bien él ha puesto sueños en mi vida y en mi mente, no los puedo desarrollar sola. Pero por qué si todo esto suena a que es "algo mejor" ¿por qué cuesta? Me he dado cuenta que cuesta aceptarlo porque requerimos de fe.
Requerimos dar un paso a ciegas para poder encontrarnos con el camino, cuesta porque la fe se trata de confiar cuando no vemos nada. Creo que para esto debemos primero centrarnos en nuestra relación con el Padre y de quién es él. Cuando mi relación con Dios comienza a ser distante me cuesta trabajo confiar en él, me cuesta trabajo creer que lo que él tiene para mí es mejor que lo que yo quiero o lo que yo puedo lograr en mis fuerzas.
Me recuerda Isaías 5:8-9 "Porque mis pensamientos no son los de ustedes, ni sus caminos son los míos -afirma el Señor. Mis caminos y mis pensamientos son más altos que los de ustedes, más altos que los cielos sobre la tierra".
Quizá a mi mente finita le cuesta trabajo porque quiero englobar a un Dios eterno en la línea terrenal.
Dios quiere un corazón dispuesto; un corazón de tierra, arena, espinas... lo que sea, pero que esté dispuesto a dejarse tratar por el mejor jardinero. Dispuesto a que se trabaje conforme a su voluntad.
Hoy quiero estar dispuesta a conocerlo más, a conocer más de ese padre amoroso y que me promete mejores caminos que los que yo puedo tomar y mejores pensamientos que los que la gente pueda opinar de mí. Hoy estoy segura que quiero hacer su voluntad y no la mía.